martes, 9 de septiembre de 2014

El último emperador



En 1908, la anciana emperatriz de la China, que se quedó sin descendencia, hizo traer a un niño de una familia de Manchuria, de prosapia real, para convertirlo en el Hijo del Cielo. Esta criatura era atendida por cientos de sirvientes y cortesanos y adquirió un poder, omnímodo en teoría, pero que equivalía en la práctica a la absoluta soledad e impotencia. Poco después, este poder comenzó, no sólo a mostrar sus limitaciones, sino también a desmoronarse en forma y contenido. La proclamación de la República convirtió a Pu Yi, a los cinco años de edad, en una anacrónica figura decorativa, prisionero de la Ciudad Prohibida.